UN CONTE DE CHARLES BUKOWSKI

Era en Washington, D.C., en una fiesta privada pero muy concurrida, algo más de 200 invitados, y Danny James (se rumoreaba que había donado 50.000 dólares al gobierno para las últimas elecciones) y su novia estaban por ahí, con una copa en la mano. Danny James, exartista, ahora jubilado. No del todo jubilado porque se rumoreaba que la había cagado con un encargo para hacer de presentador que había ido a parar a Bob Hope: perdió los estribos cuando el servicio secreto se negó a dejar que uno de sus amigos de Las Vegas actuara sin tener la autorización pertinente. Entre otros rumores estaba el de que James hacía funciones privadas a menudo para el vicepresidente en su casa.

 

Mientras Danny y su novia estaban por allí con una copa en la mano, se acercó a Danny una columnista que le hizo una pregunta. James contestó: «¿Quién demonios te has creído que eres? Si quieres verme, escríbeme una carta.»

 

La columnista se esfumó para ser sustituida por otra. Danny dijo: “Vete de aquí, escoria. Vete a casa y date un baño. No quiero hablar contigo. Me voy de aquí para alejarme de tu hedor” Se volvió hacia su novia: «Este hedor es de esa.»

 

Luego Danny James se giró hacia la columnista: «No eres más que un coño de un par de dólares. C-O-Ñ-O, sabes lo que significa, ¿no? ¡Has estado abriéndote de piernas por un par de dólares toda la vida!”

 

La señora Blanche Delmore, la columnista, se rio al principio. Luego se alejó y se echó a llorar. Danny James le había metido 2 dólares en la copa del cóctel, acompañados el comentario: “Aquí tienes un par para de pavos, guapa, es lo que tienes por costumbre.”

 

Su marido, Henry Delmore, cogió una servilleta de papel y la señora Delmore se la llevó a la cara para llorar. Todo el mundo en la fiesta había oído los comentarios. Su marido la consoló un poco más, luego se la llevó a casa. Henry sirvió dos copas cuando llegaron a casa y hablaron del asunto mientras se desvestían.

 

-¡Ay, Henry, qué horror, qué horror, qué horror! ¡Creo que me voy a morir! -Se echó boca abajo en la cama.

 

-Mañana por la mañana te sentirás mejor, querida. -Henry se tomó su copa, luego se tomó la de Blanche. Apagó la luz y durmieron...

 

Después de que Henry se fuera a trabajar esa mañana, Blanche se recostó en la cama con su teléfono rosa. Primero llamó a la oficina: «¿Bridget? Ay, Bridget, esta mañana sencillamente no puedo ir a trabajar... Es que..., ay, ¿sale en la prensa? ¿En todos los periódicos? ¡Ay, Dios, no!»

Colgó enseguida, luego se quedó sentada con el teléfo- no rosa delante, pensando. Se levantó, fue al cuarto de baño y orinó. Estaba otra vez en la cama, recostada con el teléfono rosa al lado cuando entró su madre.

 

-¡Dios mío, Blanche, tienes un aspecto HORRIBLE! ¿Qué pasó?

 

-Fue en la fiesta. ¡Danny James me insultó! ¡Fue tremendamente grosero! ¡No me había pasado nada tan burdo e injusto en toda mi vida!

 

-¿Qué dijo?

 

-¡Ay, madre, por favor!

 

-¡Blanche, quiero saberlo!

 

-¡Por favor, madre!

 

-¡Blanche, soy tu madre!

 

-Me dijo que era un coño de un par de dólares.

 

-¿Qué es un «coño»>, Blanche?

 

-¿Qué?

 

-He dicho: «¿Qué es un coño?»

 

-Ay, madre, me toma el pelo. No estoy para bromas. En absoluto. Ni de lejos.

 

-Blanche, quiero saber qué es un «coño».

 

—¡Madre, haga el favor de dejarme en paz! ¡Por favor, por favor, por favor!

 

La madre de Blanche salió de la habitación y esta descolgó el teléfono rosa para marcar.

 

-Hola, Annie. ¿Está Wayne Brimson? ¿Cómo? ¿Murió anoche? ¿En un ascensor? Ay, Dios mío, ¿qué está do? ¿Qué está pasando?

 

Blanche colgó. Wayne Brimson era su abogado.

 

Se abrió la puerta y apareció la madre de Blanche.

-Madre, ¿quiere hacer el favor de dejarme en paz? ¿Quiere hacer el favor, antes de que me vuelva loca?

 

Se cerró la puerta.

 

Tengo que buscar otro abogado, pensó. Pero Wayne y yo éramos muy buenos amigos, y era razonable.

 

Sonó el teléfono. Contestó. Era una voz de hombre, profunda, grave, lenta y sonora.

 

“Ese coño tuyo de un par de pavos huele como las hemorroides del culo de un mono.”

 

El hombre colgó.

 

Entonces recordó a John Manley. Era un abogado bastante decente y tenía buena reputación. Marcó. John contestó.

 

−Oye, John... Ah, ¿te has enterado? Fue terrible, John, y es todo verdad... ¿Cómo? No, no pasa nada. Lo único que quiero es una disculpa. Nada más, solo una disculpa. No es pedir demasiado, ¿verdad, John? Sí, Henry lo lleva bien. Claro, está tan molesto como yo. De acuerdo, ¿te ocuparás del asunto? Nada más que una disculpa, eso es lo único que pido.

 

Colgó, paseó de aquí para allá por la habitación, miró por la ventana, luego se sentó al tocador y empezó a cepi- llarse el pelo. Sonó el teléfono. Se acercó y contestó.

 

Era una voz de hombre otra vez, pero esta vez más aguda y mucho más juvenil.

 

«Oye, guapa, igual tienes un coño de un par de pavos, pero me da igual. Te voy a endilgar la polla en ese coño de 2 dólares y te la voy a meter hasta el fondo, los 30 centímetros, me voy a correr, voy a llenarte de jugo blanco ese coño de un par de pavos. ¿No te pones cachonda al imaginártelo? A mí me pone cachondo. Voy a correrme a chorros en...”

 

Blanche colgó. Fue al cuarto de baño y llenó la bañera. Se dio un largo baño caliente, se tomó un somnífero, se secó con la toalla, se limpió los dientes, se puso el camisón otra vez y se volvió a acostar. Después de esperar una hora, se durmió.

 

No tenía idea de cuánto rato había estado dormida pero la despertó el teléfono. Era John Manley para decirle que Danny James se negaba a disculparse, al menos por escrito.

 

-Pero ¿por qué? ¿Por qué?

 

John contestó que no lo sabía, solo había hablado con el abogado de James, pero seguiría indagando, procuraría averiguar algo más.

 

Mientras tanto, se rumoreaba que, si bien en secreto, el presidente de Estados Unidos en persona estaba furioso por causa del incidente y porque James era amigo íntimo del vicepresidente.

 

-Esto tiene toda suerte de implicaciones -comentó John Manley, y colgó.

 

Cuando la pequeña Gladys volvió a clase del colegio donde cursaba primero, estaba llorando.

 

-Mamá, los niños me han llamado «coño». Me lo han gritado una y otra vez: “¡Coño! ¡Coño! ¡Eres un coño! Mamá, ¿qué es un coño?”

 

-Gladys, haz el favor de dejar sola a tu madre. ¡No se siente bien!

 

Gladys salió del cuarto. Volvió a sonar el teléfono. Era el hombre de la voz aguda otra vez. “Puedo correrme seis veces en una noche. Seis veces puedo llenarte ese coño de jugo a chorros. Puedo volverte loca. Puedo…”

 

Blanche colgó.

 

La cena fue lúgubre esa noche, Blanche, Henry, Gladys y la madre de Blanche. La madre de Blanche había preparado la cena: rollo de carne picada, puré de patatas, guisantes, ensalada con aceitunas, panecillos horneados... La conversación se ciñó a temas generales durante un rato, luego la madre de Blanche se volvió hacia Henry:

 

-Henry, ¿qué es un coño?

 

-¡Ay, por el amor de Dios, Grace!

 

-Quiero saber qué es un coño. ¿Por qué no me dice nadie qué es un coño?

 

-Sí-se sumó Gladys-, yo también quiero saber qué es un coño.

 

-¡Henry-dijo Blanche-, he recibido unas llamadas de teléfono horribles, sumamente horribles!

 

-¿Ah, sí?

 

-Obscenas, sumamente obscenas..., dos hombres..., uno con la voz aflautada, el otro con una voz lenta y grave...

 

-¡Malnacidos!

 

-Lo sé. ¿Qué podemos hacer?

 

-Tiene que haber algo que podamos hacer. La compañía telefónica, el FBI, alguien...

 

-A ver -dijo la madre de Blanche-. ¡EXIJO SABER QUÉ ES UN COÑO!

-Ay, madre, por favor...

-¿Henry?

-¿Sí?

-Llévala a la otra habitación y díselo.

-¿Qué?

-Llévala a la otra habitación y díselo.

-¿En serio?

-En serio. Ya no lo puedo soportar.

Henry y su suegra se fueron a la cocina. Él cerró la puerta. Se sentaron separados por un jarrón con rosas medio marchitas.

-¿Y bien? -dijo Grace.

-Bueno, madre, «coño» es un término más bien vulgar para referirse a algo que toda mujer posee.

-¿Tengo yo uno?

-Seguro que sí. Pero me sorprende que no haya oído nunca el término.

-Henry, me crié entre personas temerosas de Dios.

-Ya.

 

-Henry, ¿dónde tengo el coño?

-Ahí abajo.

 

-¿Ahí abajo?

 

-Entre las piernas.

 

-¿Ahí abajo? -Ahí.

 

-¿Me lo estoy tocando?

 

-Sí.

-Bueno, ¿qué tiene de malo el coño? Es parte del cuerpo.

 

-Claro.

 

-Entonces, ¿por qué está tan disgustada Blanche?

 

-Ese hombre insinuó que era uno barato de 2 dólares, en otras palabras, una prostituta barata.

 

-¿Henry?

 

-¿Sí?

 

-¿Qué es una «prostituta»>?

 

-Ay, Dios mío, Grace...

 

-¿Por qué te enfadas?

 

Henry se levantó de la mesa, abrió la puerta, fue a la otra habitación y se sentó en un sillón. Blanche y Gladys estaban sentadas en el sofá.

 

-¿Se lo has dicho?

 

-Sí.

 

-Entonces, ¿qué pasa? Pareces molesto. Soy yo la que debería estar molesta, he estado recibiendo esas llamadas...

 

Se abrió la puerta y entró Grace.

 

-Oye, Blanche, tengo que saber qué es una prostituta. Él no me lo quiere decir...

 

Henry se levantó.

 

-Bueno, tengo que ausentarme un rato...

 

-¡Henry, no te atrevas a abandonarme en medio de semejante crisis!

 

Henry se marchó de todos modos. Se montó en el coche y tomó camino del sur. Se saltó una señal de stop sin detenerse. El país se estaba yendo al infierno. Primero el Watergate y ahora esto...

 

En la casa, sonó el teléfono. La madre de Blanche llegó primero. Era una voz de hombre, con un tono regular.

 

-Hola -dijo la madre de Blanche.

 

-Oye -repuso la voz-, voy a comerte todo el coño con la lengua. Te voy a hacer trizas el puto coño a mordiscos. Te voy a volver loca, te voy a chupar el coño hasta arrancártelo, te voy a...

 

La madre de Blanche sostenía el teléfono entre las manos pero el auricular se le había caído y giraba y oscilaba en el aire colgando del cable. Cuando la madre de Blanche acabó de lanzar el primer grito, empezó a lanzar otro. Y por el auricular del teléfono, que oscilaba de aquí para allá casi a ras de suelo, se oía su voz:

 

-Ja, te he puesto cachonda, ¿verdad que sí, guapa? Te he puesto cachonda, ¿verdad? Ja, ja, ja...

 

 

 

Charles Bukowski. Las campanas no doblan por nadie (The Bell Tolls for No One, trad. E. Iriarte). Ed. Anagrama, Barcelona 1ª ed. 2019. ISBN: 9788433980328. 396 p. P. 163-170.).