PERLES DELS PRIMERS ESPANYOLS A AMÈRICA

La "conquesta" d'Amèrica pels espanyols fou una solemne calamitat, ara bé, portuguesos, britànics, francesos i altres europeus; tampoc ho van fer millor. Tot seguit dos textos d'aquesta categoria i un darrer que se'n salva: defen l'idioma mexicà.

Violencia

Comenzaré a contar lo sucedido en esta villa este año de 1552 con la venida a ella del Vasco Godines, que fue por el mes de enero. El cual, aunque era caballero, y no de los de poca estima que habían pasado a estas Indias, su natural inquieto y perversas obras lo envilecieron de masiadamente; [...] hallábanse entre los vecinos y moradores y demás de esta villa, a la sazón, más de cuatrocientos soldados de varios reinos de España [...]. Propúsoles cuán bien les estaría ejercitar la vida soldadesca, aunque fuese unos con otros, porque haciéndose al ocio, cuando los llamasen para nuevas conquistas no estarían de ningún provecho [...] Comenzaron los soldados a andar tan belicosos en esta villa y sus términos, que cada día había muchas pendencias singulares, no solamente de soldados, [...] sino también de mercaderes y otros tratantes, hasta los que llaman pulperos [...]. Entre los muchos desafíos [...], unos fueron en calzas y camisas, otros en carnes de la cinta arriba, otros con calzones y camisas de tafetán carmesí, porque la sangre que saliese de las heridas no los desmayase, otros se armaban con fuertes cotas y petos y se aco metían con cuatro pistolas cada uno [...]; otras, peleaban a caballo; otras, (190) puestos de rodillas-infernal devoción- [...]. Reñían con padrinos, que cada uno llevaba el suyo; salíanse a matar al campo de San Clemente, Cantumarca, Arenal, Cebadillas y Carachipampa, porque en el poblado no les estorbasen sus locuras. En el mes de febrero de este año, domingo de carnestolendas, se hicieron dos cuadrillas: una de castellanos y excremeños y los españoles peruanos; la otra de andaluces, algunos por mugueses y extranjeros; cada cuadrilla iba con sus capitanes y banderas, los unos con divisas encarnadas y los otros con amarillas. Bajáronse al Arenal, y en dos horas que duró el encuentro murieron de una y otra parte veinte y seis hombres, y salieron heridos más de sesenta.

En el mes de marzo vino a esta villa a un soldado llamado Pedro de Montejo, el cual salió del Cuzco solo, en busca del más valiente de Ponosí, y a los dos días de su llegada puso carteles de desafío [...]. Acepto Godines el desafío, y rompiendo los carteles del contrario puso los suyos con palabras arrogantes y soberbias, afeando la nación manchega, de donde era Montejo. El cual, muy indignado, se comenzó a prevenir, nombrando por su padrino a Federico Alfinger, alemán de nación. Lo mismo hizo Godínes, y nombró por el suyo a Egas de Guzmán, que era un caballero natural de Sevilla. Señalóse el domingo de Resurrección para la batalla; y llegado a las cinco de la mañana, estaba ya toda la villa en el campo de San Clemente, en un espacio dilatado donde todos podían verla sin embarazo [...]. Serían las ocho del día cuando Pedro Monrejo y su padrino, con mucho acompañamiento de a pié, entró al sitio donde había de ser la sangrienta batalla; el cual venía en un buen caballo tordillo, y su persona bien guarnecida: sobre un jubón estofado una fimisima cota, y encima una coraza fuerte, aformada en terciopelo labrada con oro, sembradas muchas garzas de plata; las plumas del casco eran verdes, azules y blancas; la adarga era finísima y la lanza gruesa y con dos hierros [...]. Alfinger su padrino venía también en un caballo bayo, no tan galano como el de Montejo; su persona muy bien armada, y sobre Las armas una ropa de brocado verde recamado de oro; el escudo, azul con un águila negra, extendidas las alas de orla a orla [...]. Sus contrarios [...] no tardaron en venir, con gran ruido de trompetas y acompañados de sus amigos [...]. Venía Godines sobre un brioso y hermoso caballo, muy bien armado, con una fuerte cota y encima un finísimo peto; sobre Las armas traía una ropa de escarlata, toda bordada de perlas y guarnecida de tejidos de oro; encima del casco traía un penacho de plumas nácares, azules y blancas [...]. Egas de Guzmán venía en un caballo blanco muy gallardo, aunque por ser potro de tres años fue peligroso entrar a batalla en él [...]; sobre las armas traía una ropilla de terciopelo morada, sem brado de perlas, estrellas de oro y piedras preciosas.

Luego que entraron al sitio, poniendo los ojos en sus contrarios se fueron para ello, y saludándose, se dijeron palabras llenas de arrogancias [...]. Viniendo con el ímpetu que ya se hallaban, tocaron las trompetas (191) y cajas de entrambas partes, llenando de horror a toda la multitud que presente estaba, que los más no había visto batalla semejante [...]. Godines y Montejo, revolviendo igualmente las riendas a los caballos, con tanto valor y fuerza y furia extraña se envistieron el uno al otro y se encontraron tan fuertemente que parecía haberse juntado dos peñas [...]. El caballo de Montejo era más furioso y fuerte que el de su contrario, y así, aunque se arrodillo, luego se paró después del encuentro; y el de Godines, no pudiéndose tener, cayó de ancas. Godines fue muy mal herido del bote de la lanza que le dió Montejo, y él también quedó de la misma manera [...]. El bravo Godines [...] fue a su caballo y, sin poner pie en el estribo, saltó sobre él, pero esto fue dar lugar a que Montejo acudiese con gran violencia; y antes de enristrar su lanza, le entró con la suya tan poderosamente que, atropellándole el escudo, le dió otra peor herida en el pecho. Desesperado Godines por verse tan mal herido [...] le arrojó la lanza a Montejo con tanta violencia que, no teniendo tiempo de apartarse, la recibió en su adarga, y pasándola de una parte a otra le hirió en el brazo y de allí, rompiendo el duro jaco y acerada cota, le entró al cuerpo gran parte del hierro. Arrojó Montejo su adarga, donde estaba metida la contraria lanza [...]. Rompió Montejo su lanza con este golpe. Y al tiempo de meter mano a su espada, le dio Godines otra cruel herida con la suya en un muslo. Viéndose Montejo mortalmente herido y sin la defensa de su adarga, con ímpetu diabólico arremetió a su contrario [...]. Acudió al reparo Godines con el escudo, y levantando el brazo Montejo descargó un fiero golpe en la cabeza de Godines, que aturdido y peor herido cayó del caballo al suelo, derramando mucha sangre. Al punto se apeó Montejo y fue a cortarle la cabeza, pero al primer paso que dio cayó muerto, por estar traspasado el pecho. Godines se levantó con presteza, y medio tropezando, fue sobre el ya cadáver y le metió la espada por el pescuezo [...]. Acudieron sus amigos y lo sacaron del sitio muy mal herido, aunque él quiso ver el fin de la batalla de los padrinos [, que terminan su duelo peleando a pie:). Tirole Alfinger un revés a su contrario por encima del escudo, y se lo corto como si fuera de seda; el cual con notable furia le dio otro golpe retorno a Alfinger y, rompiéndole el acerado casco, quedó muy mal herido en la cabeza [...]. Tornaron a [a]cometerse como dos fieros leones, con deseo de acabar aquella sangrienta batalla que ya les duraba dos horas, y levantando el brazo Alfinger le descargó un desaforado golpe en la cabeza; mas él no quedó libre de otra mortal herida que de punta le dió Guzmán, metiéndole la espada por el estómago [...]. Levantóse Egzs de Guzmán muy mal herido; sonaron las trompetas por su victoria [...]

Determinaron los moradores de aquesta memorable Villa hacer un desafío que fuese de los de más nombre que hasta allí se habían hecho [...]. Nombraron un general y capitanes de cada parte, y estando todos señalados comenzaron a prevenir caballos, armas, libreas, cifras y letras (192) como si salieran a unas lucidas fiestas [...]. Teniendo ya todo prevenido el día 20 de noviembre para la batalla que el siguiente se habían de dar, estando muchos andaluces y extremeños en casa del capitán Antonio Baeza, entraron en ella Sancho de Orduña y Pedro de Ibarchával, con Otros vascongados y castellanos; y trabando entre todos conversación, el Orduña, que estaba a malas con el capitán Baeza, le dijo como el siguiente día, que el valor de la nación vascongada aventajaba a las demás del mundo, como en todas partes estaba probado, y que así lo declaraban las figuras, jeroglíficos y letras que habían de sacar en los escudos todos los combatientes de su nación [...]. irritado el capitán Baeza, que era andaluz, por haber hablado contra los suyos, le respondió muy descompuesto, diciéndole fuese por entonces a [digerir] el vino, y que volviese después a sustentar lo que había dicho, que él le prometía de catarse con cuatro juntos de los más aventajados de su nación [...]. El valeroso viz caíno, ardiendo en ira por verse tratado tan mal de las palabras del ca pitán Baeza, arremetió furioso con el puño cerrado a descargar el golpe en su rostro; el capitán lo reparó en el brazo izquierdo, aunque no fuese tan bueno el reparo, pues le alcanzó en la mejilla con los extremos de los dedos; lo cual sentido por Baeza, rabioso como una fiera, sacó la daga, y antes que se moviese un solo paso el Orduña, le dio dos crueles puñaladas en el pescuezo, y al momento cayó muerto a los pies del in dignado andaluz. Pedro de Ibarchával y Juan de Olearso arremetieron con sus puñales a matar a Baeza, el cual, con una presteza admirable, le dio tan gran puñalada en el pecho a Ibarchabal que tocándole el corazón cayó muerto; y desde luego, revolviendo contra Olearso —quien con rabiosa cólera le tiró antes una puñalada— le asió del brazo, y quitándole el puñal se lo metió por la tetilla, y también cayó muerto. Quedó herido el capitán Baeza en el brazo, y no contento con haber muerto aquellos tres vascongados, sacando su espada y tomándola debajo del brazo izquierdo, con mucha presteza y furia fue al cuerpo de Ibarchával, sacó su daga que había quedado clavada en su pecho, y como un desesperado, diciendo a voces mueran los vizcaínos y los castellanos y cuantos son de su parte, arremetió constra) más de 20 hombres que ya estaban sobre el con sus espadas. Los andaluces y extremeños que allí se hallaban se pu sieron en su defensa, y entre unos y otros se comenzó una revuelta tan brava y sangrienta que en brevísimo tiempo fueron muertos de una y otra parte otros nueve hombres, y los heridos pasaron de veinte. Fueran muchos más los muertos y heridos si muchos sacerdotes no entraran a la casa, con algunos seculares, y cerrando las puertas de la calle no se pusieran de por medio. El capitán Baeza con más de trece heridas, desesperado, ofreciéndose a los demonios, amenazando a toda la villa, pro curaba salir fuera, porque también hacían lo mismo muchos vascongados y castellanos por entrar a despedazarlos; mas no se lo permitieron los que estaban dentro, antes sí lo sosegaron, y curándolo, por una pequeña (193) puerta que salía a otra calle lo sacaron fuera. Los que estaban a la puerta por entrar la rompieron, y como no hallaron a Baeza ni a otro ninguno, se tornaron a salir a tiempo que algunos extremeños y andaluces, amigos de Baeza, venían a favorecerlo; y juzgando los hubiesen ya muerto, con grande coraje acometieron a los vascongados y castellanos, y de nuevo se trabó otra sangrienta batalla, en que hubo otros cinco muertos y muchos heridos. Acudieron muchos sacerdotes y otros hombres de las naciones desinteresadas, y tuvieron mucho que hacer para apaciguarlos. Otros muchos desafíos, pendencias y batallas muy sangrientas continuaron en esta Imperial Villa con grandes lástimas, atrocidades nunca vistas y acabamiento de los hombres.

59. Medievalismo y odios regionales en Potosí, 1552. B. Arzans de Orsua: Historia de la Villa Imperial, parte 1.*, lib. III, caps. 5 y 6; vol. I, pp. 74-78.

Del volumen: Guillermo Céspedes del Castillo (selección y presentación). Textos y documentos de la América Hispánica (1492-1898). Historia de España, dirigida por Manuel Tuñón de Lara. Tomo XIII. Ed. Labor, Barcelona, 1ª ed. 1986. ISBN: 843359446X. 478 p. Entre paréntesis el número de la página.

Es un mal necesario, como la mujer

También hay ríos caudales, no de dulces, corrientes aguas cristalinas, sino de espesísima suciedad; no llenos de grano de oro como el Cibao y el Tajo, sino de granos de aljófar más que común, de grandes piojos, y tan grandes, que algunos se almadían y vomitan pedazos de carne de grumetes.

El terreno de este lugar es de tal calidad, que cuando llueve está tieso, y cuando los soles son mayores, se enternecen los lodos y se os pegan los piés al suelo, que apenas los podeis levantar. De las cercas adentro tiene grandísima copia de volatería de cucarachas, que allí llaman curia nas, y grande abundancia de montería de ratones, que muchos de ellos se aculan y resisten a los monteros como jabalíes. La luz y la aguja de esta ciudad se encierra de noche en la bitácora, que es una caja muy semejante a estas en que se suele meter y encubrir los servicios de res peto, que están en recámaras de señores. Es esta ciudad triste y oscura; por defuera negra, por dentro negrísima: suelos negrales, paredes negrunas, habitadores negrazos y oficiales negretes; y en resolución es tal que desde el bauprés a la contramesana, de la roda al codaste [...] y del un bordo al otro, no hay en ella cosa que buena sea ni bien parezca; mas, en fin, es un mal necesario, como la mujer.

Pasajeros y tripulantes: la sociedad a bordo, 1573. E. de Salazar: “La mar descrita por los mareados”, en J. L. Martínez, 281-296.

Del volumen: Guillermo Céspedes del Castillo (selección y presentación). Textos y documentos de la América Hispánica (1492-1898). Historia de España, dirigida por Manuel Tuñón de Lara. Tomo XIII. Ed. Labor, Barcelona, 1ª ed. 1986. ISBN: 843359446X. 478 p. P. 179.

L'idioma mexicà

No encuentro la misma facilidad en el hebreo, en el griego, en el latín, en el francés, en el inglés y en el portugués, de cuyos idiomas me parece tener el conocimiento necesario para hacer la comparación [...].

Por la excesiva cantidad de estas voces que forman el caudal de la lengua mexicana, ha sido muy fácil expresar en ella los misterios de nues tra religión y traducir algunos libros de la Sagrada Escritura [...]. Son tantos los libros publicados en lengua mexicana sobre la religión y la moral cristiana, que con ellos solos podría formarse una buena librería. Al fin de esta disertación daré un catálogo de los principales autores de que me acuerdo, no menos para confirmar cuanto llevo dicho, que en testimonio de gratitud por sus desvelos [...]. Los europeos que han aprendido el mexicano [...] le han tributado grandes elogios [...]; Boturini afirma que «en la urbanidad, en la cultura y en la sublimidad de las expresiones, no hay lengua alguna que pueda serle comparada». Este escritor no era español, sino milanés; no era un hombre vulgar, sino crítico y erudito; sabía muy bien a lo menos el latín, el italiano, el francés, el español, y del mexicano lo suficiente para formar un juicio comparativo [...]. La lengua mexicana no fue la de mis padres, ni yo la aprendí en la infancia; sin embargo, todos los nombres mexicanos de animales que el conde Buffon copia en su obra, me parecen, sin comparación, de mucha más fácil pronunciación que otros de lenguas europeas de que también hace uso [...]. Cuando se trata de lenguas extranjeras, debemos referirnos al juicio de los que las saben, y no a la opinión de los que las ignoran.

103. América: naturaleza y cultura. F. J. Clavijero: Capítulos de historia, pp. 87-91 y 126-137. Ca. 1778.

Del volumen: Guillermo Céspedes del Castillo (selección y presentación). Textos y documentos de la América Hispánica (1492-1898). Historia de España, dirigida por Manuel Tuñón de Lara. Tomo XIII. Ed. Labor, Barcelona, 1ª ed. 1986. ISBN: 843359446X. 478 p. P. 377-378.